lunes, 17 de febrero de 2014

Detrás del ojo despegado



Fin de semana. Proviene de algo, de alguna parte; todo lo que lo precedió es incierto.
De repente veo a mi novia con dos billetes de cien pesos sobre la frente, puestos en cruz, ante una vela. Es como si estuviera tratando de que se sequen (vaya a saber por qué se habrían mojado). Afuera de la carpa (una cacique como para seis personas), se dispone la mesa para almorzar.
Una mesa acorde a la capacidad que alberga la carpa, como para seis personas. Se ubican en sus lugares Facundo, un alumno mío y Rubén, un compañero de la colonia de verano a la que fui en el ´96.
Detrás de la carpa, lo descubrís. Es un cocodrilo amarillo de unos diez metros de largo. Sobre la punta de su cola, surge una hoguera. Poco a poco comienza a chamuscarle sus partes. Cuando el fuego amenaza con causarle un daño aún peor, la bestia abre sus fauces y lenta pero decididamente, se lanza hacia vos. Estás como paralizado, sin poder hacer mucho por vos mismo, cuando alguien te toma de las piernas y te arrastra para sacarte de ahí.
Escuchás su vos y la claridad toma por completo todo el panorama. Luego, los pies sobre el parquet, el cuello gira de un lado a otro, el café y todo lo demás continúa.

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