martes, 25 de junio de 2013

El infierno y los celacantos

Leer. Un placer que no todos se dan o pueden hacerlo en estos días. A algunos el asunto no les atrae ni entretiene. Otros pierden su tiempo con best sellers, libros de autoayuda o simplemente con el Olé.
Hace unos días terminé de leer El infierno y los celacantos de César Fuentes Rodríguez. Lo primero que quiero decir, de entre las numerosas impresiones que me provocó, fue que me me entretuvó mucho, me tuvo pendiente de lo que iba aconteciendo con la historia y cuando terminé de leerlo, tuve esas clásica sensación de vacío, esa que te toma animicamente cuando algo que venías disfrutando, de repente ¡paff! se acabó.
El peso de un libro de quinientas y pico de páginas, forrado para que los sudores de la mano no degraden el material de la tapa, con olorcito a nuevo entre sus páginas; son cosas que forman parte de la relación física que uno mantiene con un libro que lee cotidianamente, dandole un aspecto que va mucho más allá de lo meramente instrumental en cuanto al libro como objeto.
En sus dosis razonables, en base a algunas páginas cada dos o tres días o en ocasiones fagocitando capítulos enteros en algunas semanas, las desventuras de Felipe García Duarte y sus jornadas de ensueño en la mansión a la que se dirige por un excéntrico proyecto de trabajo, se transformaron para mí en mucho más que una historia más en los libros que leo año a año (en materia de literatura, exceptuando aquellos que tienen fines académicos y de otra formación en general).
Además de desafiar mi stock de vocablos, teniendo que recurrir al diccionario cuando la ocasión lo ameritaba, sentirse identificado con situaciones vividas por el protagonista, anhelar estar en sus zapatos en ciertos momentos, que me acompañe esperando el tren, e inclusive que me inspire para crear y actuar, son algunas de las tantas razones por las que el disfrute que tuve con El infierno y los celacantos me lleva a recomendarlo fervorosamente.
Por esos sueños que maduran en el horno del inconsciente y están dando sus frutos en el suelo fértil donde han abonado ¡salud!

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